Someone
Adventurer
Al principio todo va bien. Los cinco secuestradores –nuestros protagonistas- guardan cola en la entrada del bastión de entrada a la ciudadela, a la sombra de las plataformas de lanzadores de cohetes, y entran después de pagar la alta tarifa. Rigtar, Rurikk y Wojann se sienten casi indefensos sin sus armas y echan alguna mirada nerviosa a los guardias, pero no hay ningún problema.
- No despertemos sospechas -dice Azhel- Paseemos un rato y reunámonos en el templo cuando suene la próxima hora.
Todos están de acuerdo, y pasan un rato agradable paseando por los jardines, las calzadas empedradas, estanques poblados de coloridas plantas acuáticas, palacios y templos bellamente alzados y pintados, y agujas de piedra grabadas con las grandes gestas del dios en su lucha contra los demonios y ángeles. Procurando pensar en cualquier otra cosa que no sea su tarea, por si acaso hay un sacerdote cerca capaz de leer la mente...
Casi una hora después el grupo está reunido cerca del Templo de solaz, donde se encuentran las sacerdotisas, y entran sin tardar más. El primer recinto del templo es un patio amurallado, adornado con columnas policromadas, donde un sacerdote cobra las entradas y un escriba se encarga de llevar el registro y la contabilidad. Hay un continuo ir y venir de gente; guardias, clientes y servidores cruzan el patio de un lado a otro o lo vigilan atentamente a la luz de las lámparas de aceite, puesto que el sol ya se ha puesto.
Parece que hay algún retraso. Al menos, a través de la puerta abierta del fondo, pueden verse a las sacerdotisas, en traje de faena.
- No me termina de gustar esto. –dice Imtohep-
- ¿Porqué?
- Intuición... Mira, cierran la puerta. Y aquél hombre ha dicho algo al sacerdote.
El sacerdote mencionado se inclina en su estera y murmura algo al escriba. Luego se levanta y sale del recinto andando nerviosamente.
- Vámonos de la Ciudadela –dice Imtohep a los otros-
- ¿Qué? ¿Porqué? ¿Qué pasa? –dice Wojann-
- Aquél sacerdote nos estaba esperando. Ha ido a avisar a los guardias.
- ¿Cómo lo sabes?
- ¿Hace falta que te lo diga? ¡Vámonos rápido! –cuchichea el ex sacerdote entre dientes-
- Nos han traicionado –dice Rigtar- Dejad que le ponga las manos encima a Nercoth y averiguará porqué me llaman berserk.
Sin necesitar más el grupo se apresura hacia la salida. Sin embargo, encuentran su paso bloqueado por los guardias de la puerta.
- Alto. Nadie puede abandonar el Templo.
- Tenemos permiso especial –dice Imtohep, mirando fijamente al guardia-
- Si, es verdad –contesta el guardia, hablando lentamente- Tienen permiso especial. Dejadles pasar.
La Falsa verdad de Imtohep permite al grupo salir. Ya rodean el estanque flanqueado de palmeras, cuando ven que se acercan dos grupos de guardias. Uno, encabezado por el sacerdote que salió del templo; el otro por un hombre gordo que empuña el cetro de oro de los capitanes, ladra otra orden: “¡Cogedles! ¡Que no escapen!” Y por lo que se ve, otros dos sacerdotes van con él. Sólo queda una cosa por hacer.
- ¡A por ellos!
- ¡Daos presos!
- ¡Salgamos de aquí! –exclama Wojann-
- Si pudiera hacer volar a Rigtar, podríamos salir con él –dice Azhel-
- Pues entonces nosotros te defenderemos mientras empleas ese hechizo –dice Wojann- Que ninguno de vosotros se aleje; esperad a que vengan y que no alcancen a Azhel.
A pesar de no conocerse hace mucho, actúan como un grupo bien compenetrado. Imtohep Recoloca el salan de uno de los guardias justo enfrente de Wojann, que coge el arma al vuelo y la blande con la elegancia y velocidad de quien es un experto; él, Rurikk y Rigtar se preparan para rechazar a los guardias, que cargan confiados pero sin mucha efectividad; Wojann acaba con dos de ellos en cuanto se ponen a tiro, y los otros apenas consiguen rasguñar al poderoso Rigtar mientras Azhel y los sacerdotes intercambian conjuros y ataques psiónicos. Imtohep rechaza un asalto psíquico, mientras que Azhel invoca las llamas infernales: un círculo rojo aparece brevemente debajo de los sacerdotes más alejados justo antes de que una columna de fuego los engulla. Sólo uno consigue apartarse a tiempo: del otro sólo queda un esqueleto carbonizado que cae de rodillas al suelo y se desintegra en cenizas.
Wojann mientras actúa como una espiral de muerte, abatiendo a cuatro enemigos en un parpadeo. Sus compañeros aprovechan para coger las armas de los enemigos abatidos, dagas y un salan, y se preparan para rechazar la segunda oleada, los soldados que aparecieron más tarde. Azhel emplea sobre Rigtar su hechizo de vuelo; un brillo breve cubre al guerrero y adopta la forma de unas alas de murciélago insustanciales. En medio de la lucha, tratan de salir volando agarrados al gigante, pero el conjuro de vuelo es dispersado a su vez. Peor aún, más guardias aparecen de los edificios cercanos, y algunos ésta vez empuñan lanzas negras y arcos con flechas negras. Y alertados por el tumulto, varios sacerdotes han aparecido, empleando sus poderes mágicos o mentales para transportarse en un instante. Rurikk hace una última tentativa de esconderse en el estanque cercano, pero es, naturalmente, inútil.
- ¡No hay escapatoria! –exclama Imtohep-
- ¿Qué hacemos entonces?
- Podemos elegir entre los cocodrilos más tarde o hacernos matar ahora –es la respuesta del ex sacerdote-
Pero ni siquiera esa posibilidad les es ofrecida. Un poderoso conjuro golpea a Wojann y lo derriba al suelo aturdido. Los guardias se abalanzan sobre mago y psíquico y los entierran en una montaña de carne, y Rigtar, a pesar de su rabia, es reducido mientras vaga Confuso.
- No despertemos sospechas -dice Azhel- Paseemos un rato y reunámonos en el templo cuando suene la próxima hora.
Todos están de acuerdo, y pasan un rato agradable paseando por los jardines, las calzadas empedradas, estanques poblados de coloridas plantas acuáticas, palacios y templos bellamente alzados y pintados, y agujas de piedra grabadas con las grandes gestas del dios en su lucha contra los demonios y ángeles. Procurando pensar en cualquier otra cosa que no sea su tarea, por si acaso hay un sacerdote cerca capaz de leer la mente...
Casi una hora después el grupo está reunido cerca del Templo de solaz, donde se encuentran las sacerdotisas, y entran sin tardar más. El primer recinto del templo es un patio amurallado, adornado con columnas policromadas, donde un sacerdote cobra las entradas y un escriba se encarga de llevar el registro y la contabilidad. Hay un continuo ir y venir de gente; guardias, clientes y servidores cruzan el patio de un lado a otro o lo vigilan atentamente a la luz de las lámparas de aceite, puesto que el sol ya se ha puesto.
Parece que hay algún retraso. Al menos, a través de la puerta abierta del fondo, pueden verse a las sacerdotisas, en traje de faena.
- No me termina de gustar esto. –dice Imtohep-
- ¿Porqué?
- Intuición... Mira, cierran la puerta. Y aquél hombre ha dicho algo al sacerdote.
El sacerdote mencionado se inclina en su estera y murmura algo al escriba. Luego se levanta y sale del recinto andando nerviosamente.
- Vámonos de la Ciudadela –dice Imtohep a los otros-
- ¿Qué? ¿Porqué? ¿Qué pasa? –dice Wojann-
- Aquél sacerdote nos estaba esperando. Ha ido a avisar a los guardias.
- ¿Cómo lo sabes?
- ¿Hace falta que te lo diga? ¡Vámonos rápido! –cuchichea el ex sacerdote entre dientes-
- Nos han traicionado –dice Rigtar- Dejad que le ponga las manos encima a Nercoth y averiguará porqué me llaman berserk.
Sin necesitar más el grupo se apresura hacia la salida. Sin embargo, encuentran su paso bloqueado por los guardias de la puerta.
- Alto. Nadie puede abandonar el Templo.
- Tenemos permiso especial –dice Imtohep, mirando fijamente al guardia-
- Si, es verdad –contesta el guardia, hablando lentamente- Tienen permiso especial. Dejadles pasar.
La Falsa verdad de Imtohep permite al grupo salir. Ya rodean el estanque flanqueado de palmeras, cuando ven que se acercan dos grupos de guardias. Uno, encabezado por el sacerdote que salió del templo; el otro por un hombre gordo que empuña el cetro de oro de los capitanes, ladra otra orden: “¡Cogedles! ¡Que no escapen!” Y por lo que se ve, otros dos sacerdotes van con él. Sólo queda una cosa por hacer.
- ¡A por ellos!
- ¡Daos presos!
- ¡Salgamos de aquí! –exclama Wojann-
- Si pudiera hacer volar a Rigtar, podríamos salir con él –dice Azhel-
- Pues entonces nosotros te defenderemos mientras empleas ese hechizo –dice Wojann- Que ninguno de vosotros se aleje; esperad a que vengan y que no alcancen a Azhel.
A pesar de no conocerse hace mucho, actúan como un grupo bien compenetrado. Imtohep Recoloca el salan de uno de los guardias justo enfrente de Wojann, que coge el arma al vuelo y la blande con la elegancia y velocidad de quien es un experto; él, Rurikk y Rigtar se preparan para rechazar a los guardias, que cargan confiados pero sin mucha efectividad; Wojann acaba con dos de ellos en cuanto se ponen a tiro, y los otros apenas consiguen rasguñar al poderoso Rigtar mientras Azhel y los sacerdotes intercambian conjuros y ataques psiónicos. Imtohep rechaza un asalto psíquico, mientras que Azhel invoca las llamas infernales: un círculo rojo aparece brevemente debajo de los sacerdotes más alejados justo antes de que una columna de fuego los engulla. Sólo uno consigue apartarse a tiempo: del otro sólo queda un esqueleto carbonizado que cae de rodillas al suelo y se desintegra en cenizas.
Wojann mientras actúa como una espiral de muerte, abatiendo a cuatro enemigos en un parpadeo. Sus compañeros aprovechan para coger las armas de los enemigos abatidos, dagas y un salan, y se preparan para rechazar la segunda oleada, los soldados que aparecieron más tarde. Azhel emplea sobre Rigtar su hechizo de vuelo; un brillo breve cubre al guerrero y adopta la forma de unas alas de murciélago insustanciales. En medio de la lucha, tratan de salir volando agarrados al gigante, pero el conjuro de vuelo es dispersado a su vez. Peor aún, más guardias aparecen de los edificios cercanos, y algunos ésta vez empuñan lanzas negras y arcos con flechas negras. Y alertados por el tumulto, varios sacerdotes han aparecido, empleando sus poderes mágicos o mentales para transportarse en un instante. Rurikk hace una última tentativa de esconderse en el estanque cercano, pero es, naturalmente, inútil.
- ¡No hay escapatoria! –exclama Imtohep-
- ¿Qué hacemos entonces?
- Podemos elegir entre los cocodrilos más tarde o hacernos matar ahora –es la respuesta del ex sacerdote-
Pero ni siquiera esa posibilidad les es ofrecida. Un poderoso conjuro golpea a Wojann y lo derriba al suelo aturdido. Los guardias se abalanzan sobre mago y psíquico y los entierran en una montaña de carne, y Rigtar, a pesar de su rabia, es reducido mientras vaga Confuso.