- ¿Porqué nos retiene? No hemos hecho nada malo; sólo nos hemos defendido –dice Wojann-
- No les retengo. Sólo les he ofrecido una bebida mientras esperan.
- Dice la verdad, Wojann –contesta Imtohep- Éste hombre es un soldado valiente y sólo quiere tener una charla.
El oficial se da cuenta de lo que ocurre.
- ¡Estás empleando telepatía conmigo! –Exclama sacando su espada- ¡Deja de hacerlo, o...!
- ¡Tranquilo! –exclama Imtohep alzando las manos- Cuando una habilidad se desarrolla mucho, es difícil dejar de usarla. Hemos librado todos un combate duro y aún estamos nerviosos, pero ahora estamos todos entre amigos. Que haya calma.
El oficial envaina la espada y se alisa las plumas del cuello antes de continuar:
- Bien, me alegro de que todo se haya aclarado. Nunca he conocido a hombres del norte, y menos a un cazador de demonios. Supongo que eso nos coloca en el mismo lugar; protegemos a la gente. ¿Cómo es allí éste trabajo?
- Tenemos menos medios y más terreno que cubrir –dice Wojann lentamente- Y muchos no sobreviven. Pero no tenemos jefes y dicen que es una buena vida; mucho compadreo, los duelos con las demás sociedades... está bien. Casi nadie llega a viejo, pero de todas formas casi nadie llega a viejo en nuestro país.
- ¿Y porqué se vinieron a Nalai?
- Aquí hace más calor –dice Rigtar después de vaciar la jarra de cerveza-
- Dicen que el río de allí se endurece cuando sopla el viento del norte y que cae una pasta blanca del cielo que se transforma en agua.
- Sí. El río se congela y nieva.
- Nos vendría bien gente como vosotros, bien entrenada –dice el oficial- Aquí las cosas han ido bien, pero los rumores llegan. Dicen que la guerra de ángeles y demonios se recrudece; cada vez se dejan ver más.
- Que nos lo digan a nosotros –dice Rurikk-
- Y ésta vez –sigue el oficial- puede que no pasen por alto a los seres humanos. ¡Pero no podrán con Nalai! Y si lo intentan, el Dios les dará lo que merecen.
Los miembros del grupo se miran entre ellos.
- Eso espero –dice Imtohep sombrío- Eso espero.
* * *
Según todos los indicios, los Esclavizadores se encuentran en un escondite de los Picos de las Tormentas, lejos al norte. Para llega a él hay que remontar el río, atravesar la jungla y afrontar los peligros de las montañas. Pero el grupo se pone a ello tan rápido como les es posible.
Aunque no antes de que Imtohep tenga que convencerles de no largarse del país tan pronto puedan y dejar que los sacerdotes roan sus intrigas entre ellos. Tiene que describirles una recompensa verdaderamente monumental para que accedan a acompañarle.
Y el viaje no empieza un día demasiado temprano. No han remontado todavía las dos terceras partes del río cuando, justo el primer día del año, comienza a soplar el viento del sur, cargado de humedad. La alegría es general y se celebran grandes fiestas con derroche de fuegos artificiales; un viento puntual garantiza una crecida del río, que arrastrará la tierra fértil del suelo de la jungla y las cenizas volcánicas de las montañas. El limo fertilizará la tierra y eso significa otro año de prosperidad. Pero la crecida del río significa que será peligroso durante semanas, y el río es la única vía eficaz que conoce el país. Más que eso, el agua es el único medio de locomoción que conoce el mundo: Viajar es lo mismo que navegar. Ahora es una carrera contra el viento y el agua.
Cuando llegan a la penúltima ciudad Imtohep debe recurrir a toda la persuasión de la que es capaz para convencer al dueño de un barco para que lo arriesgue en el último viaje, y cuesta al grupo una buena cantidad de plata. Después de todo, la crecida no se espera hasta para dentro de cuatro días. El grupo espera seguir el curso del río a pie a partir de la última ciudad, Kaptah, y cruzar en barca la jungla cuando lleguen a ella.
El viaje será pues provechoso para el dueño del barco. Es el último en salir, así que puede cobrar un buen precio por transportar las últimas mercancías. Mientras el viento y los remos lo impulsan contra la corriente, Rurikk puede vislumbrar, muy muy a lo lejos, las tormentas que ahora diluvian sobre las montañas que rodean la cuenca del Nalai. Para ver mejor, trepa a lo alto del mástil. Y las lejanas tormentas que dan su nombre a las montañas no son lo único que ve.
- ¿Qué son esos barcos? Vienen hacia nosotros.
Cinco botes convergen a fuerza de remo hacia el curso del barco que lleva a los héroes. ¡Piratas de río! Sus botes, más pequeños y ágiles, comen la distancia que les separa de la carga, y las flechas comienzan a volar, sin efecto. O tal vez no; uno de los marineros lanza un grito de terror, pero éste es seguido de una exclamación entrecortada:
- ¡La crecida... se ha adelantado!
Una embestida de agua marrón negruzca se abalanza río abajo hacia los seis cascarones que se mecen en las aguas del Nalai.